En América Latina, ejercer el periodismo muchas veces significa desafiar la impunidad, como se evidencian en los crímenes contra trabajadorxs de prensa en nuestra región. Como ejemplo basta una muestra: el reciente informe de la Defensoría del Pueblo de Colombia sobre vulneraciones a los derechos humanos de colegas reveló que
el 86% de los casos de violencia contra periodistas registrados entre 1977 y 2020 permanecen impunes.
En el país de excelsxs periodistas como Gabriel García Márquez, si bien se ha experimentado una reducción de la violencia armada tras los acuerdos de paz, continúa viviéndose una situación extremadamente hostil para la prensa, especialmente en regiones donde el crimen organizado ejerce el control.
En el mismo sentido, México se ha convertido en uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, encabezando el listado de esta categoría en América Latina. Desde 2000, decenas de periodistas han sido asesinadxs por cubrir temas incómodos: narcotráfico, corrupción y violaciones de derechos humanos.
Contando desde 2018, la cifra de asesinadxs alcanza casi el medio centenar.
En estos países el riesgo es especialmente marcado para lxs periodistas que trabajan en pequeñas comunidades, medios locales o autogestionando su trabajo, quienes se enfrentan a amenazas similares a las que Fučík vivió en la Checoslovaquia ocupada: el silencio o la muerte.
En otros países, como Brasil,
Argentina,
Uruguay, o
Perú, se reportan crecientes casos de recorte de libertad de expresión y amedrentamiento a trabajadorxs de prensa proveniente directamente de autoridades políticas o judiciales, que impugnan su trabajo con agresiones públicas o con acusaciones judiciales, que redundan en la autocensura y la criminalización, aún cuando estas acusaciones son desestimadas por otros poderes del Estado. Esto evidencia que, lejos de tratarse de reacciones fundadas, se trata de acciones orientadas a cercenar el trabajo de lxs colegas.
Al igual que Fučík, muchxs periodistas latinoamericanxs son conscientes de los riesgos que corren, pero su compromiso con la verdad prevalece. Son ellx quienes investigan los vínculos entre el poder y el crimen organizado, denuncian la impunidad, y narran las historias de las víctimas olvidadas. Como Fučík en su celda, escriben sus reportajes con la certeza de que su trabajo es necesario, incluso si no pueden garantizar su seguridad.
El ejemplo de Julius Fučík no solo es una lección histórica, sino un llamado contemporáneo a proteger el derecho a informar y a ejercer el oficio. La obra de Fučík salió a la luz gracias a guardias que arriesgaron sus vidas para sacar sus escritos de la prisión. De manera similar, en América Latina existen redes de apoyo, tanto locales como internacionales, que buscan garantizar que las historias de lxs periodistas amenazadxs o asesinadxs no sean silenciadas y que aportan en la lucha de la justicia,
como el caso de los periodistas holandeses asesinados en El Salvador, que avanza hacia la verdad y la reparación.
Una mención especial en este 8 de septiembre a lxs periodistas palestinxs que se desempeñan en Gaza y enfrentan una ola de asesinatos recrudecida desde octubre de 2023, donde ya se contabilizan al menos 127 colgas muertxs, lo cual contribuye a que se cree un desierto informativo en una región que necesita del rol de lxs trabajadorxs de prensa para que el mundo conozca lo que pasa y contribuir a la lucha por el fin de la masacre contra la población civil.
Retomando el espíritu y el legado de Fučík, lxs periodistas latinoamericanxs, así como lxs colegas en Gaza, continúan escribiendo, denunciando y resistiendo, con la convicción de estar construyendo un aporte esencial para una vida que merezca ser vivida por toda la humanidad.